EL CUENTO DE LA LUNA DE PLATA



Dejadme que os cuente una historia; una historia que los maestros ya no cuentan porque quizás la hayan olvidado, o quizás nadie les contó cuando eran niños. Más que una historia, un cuento que sólo algunas abuelas recuerdan porque sus madres, y las madres de sus madres, lo compartieron con ellas, quizás, con la intención de perpetuar su anónimo recuerdo. Una historia, un cuento que conmueve solo los niños y niñas más valientes, esos, que cuando crecen y son hombres y mujeres se atreverán a contarla a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Dejadme que os cuente la historia de la Luna de Plata que de noche bajaba del cielo a beber agua agria y a dormir en las ramas de bronce verde de los olivares de Sierra Morena, y de cómo, las estrellas brillantes fueron creadas para que, en las noches oscuras, fuesen compañera de los sueños de la Luna de Plata.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando los dioses vivían en la tierra, el cielo era oscuro, muy oscuro, tan oscuro como una habitación sin ventana y sin puerta; por aquel entonces las noches y las madrugadas eran largas, muy largas, solo podían vivir en ellas los Hombres de la Noche; por las mañanas, cuando el sol despertaba entre los olivos de la sierra, allá, por detrás del “Cortijo de la Yedra”, eran los Niños del Sol los que entretenían a los dioses con sus juegos: subían y bajaban por el Cerro de la Solana intentando cazar golondrinas blancas y vencejo azules.
Era el Sol el rey del día, desde la mañana hasta el atardecer recorría poniéndole luz y color a la bóveda celeste. Un rey con diadema de oro, que va y viene continuamente derramando su luminaria dorada, de él brotaban los rayos rizados del calor del verano, y, en invierno, derretía la niebla fría de las mañanas. Al terminar la tarde, en el horizonte, aparece la raya de las sombras, el mundo y el cielo se pone el traje negro y lo oscuro y yermo lo envuelve todo; de un horizonte al otro la negrura se hace dueña y señora del cielo y de la tierra, es entonces cuando la Luna de Plata aparece y recelosa oculta su cara…ahora, dicen que la luna tiene dos caras, una alegre y otra llorosa, pero por aquel tiempo solo tenía una cara: la llorosa,   porque estaba sola en medio del negro vacío y porque su amante, el Sol de fuego, la había hecho daño… el rey del cielo matinal se creía más importante y noble que ella, se reía de su inferioridad, de su color pálido macilento y gris. Los dioses, que en ocasiones son injustos, no la creían digna de ser una estrella porque su luz era prestada, ni tampoco consideraban que fuese un planeta, porque siempre está girando alrededor de nuestro mundo, así que, la habían condenado a seguir al sol eternamente y a ser un reflejo de su brillante luz… era una reina sometida.
La luna recordaba los días felices de antaño, la historia ni se había inventado aún y ya existía ella, recordaba como los Hombres de la Noche hacían guardia escondidos entre los velos de la oscuridad para que en la tierra hubiese paz y en el cielo, ella, la luna, tuviera sosiego y armonía; eran, los Hombres de la Noche, quienes conducían a los seres malvados e injustos a la Oscuridad sin Fin, este era un lugar tan lejano que nunca se sabía cuando se llegaba a él, y del que no se podía regresar porque en la oscuridad no se ven los caminos, ni los senderos, ni los atajos; quien era llevado a la Oscuridad sin Fin se quedaba en ella para siempre.
La Luna recordaba los días en los que eran felices, muy felices; ambos, Sol y Luna, durante algunas horas coincidían en lo más alto del cielo y allí se amaban sinceramente; no había orgullo en los ojos dorados del Sol, ni tristeza en la cara redonda de la Luna. Pero un día, al amanecer, de la diadema de luz del astro rey nacieron los Niños de la Mañanaeran fuertes y arrogantes, crecieron y se multiplicaron con la ayuda dela luz del orgulloso Sol; amaban por encima de todo a su rey, del que recibían el calor y la vida, que les daba luz brillante y abundancia. Cuando crecieron se convirtieron en los Hombres del Día, éstos, poco a poco sometieron a los Hombres de la Noche, y, al igual que el Sol, dieron la espalda a la Luna; odiaban y detestaban la noche oscura porque estaban plagada de amenazas; temerosos de las sombras se resguardaban en sus moradas esperando que llegase el nuevo día para cantar sus alabanzas al Sol en cada amanecer. Y él, el sol, sonriente los escuchaba y comenzó a amarlos más que a nada, y empezó a mirar desdeñoso a la Luna, su fiel amante. Y así llegó el día en que ya no hubo amor entre el Sol y la Luna, pero ambos estaban condenados a compartir el cielo y la Luna lloraba cada vez que las hirientes palabras del Sol rozaban su espíritu; parecía que nadie, inmortal o humano, escuchara sus lamentosdescorazonados.
Una noche de verano, la Luna lloraba sus penas, arrastraba su luz plateada por entre los olivos y las cenicientas encinas de “La Cuesta de la Matanza”, sus lágrimas parecían inconsolables y se derramaban sobre la tierra creando arroyuelos de luz y de plata fundida. Entonces, entre sus lamentos, escuchó unavoz cristalina, clara, fuerte y sanadora… era una Voz de Agua.
- ¿Por qué lloras, luna?
La Luna no podía creer que alguien, por fin, la escuchara… creía que ya no quedaba nadie que le prestase atención. Los Hombres de la Noche ya no existían porque los Hombres del Día los habían vencido en una cruel guerra, así que la Luna pensaba que estaba sola, sola con su tristeza, sola con sus recuerdos, sola y condenada a ser, en la noche, el espejo de la luz del Sol.
-¿Por qué lloras, Luna?
- Porque estoy sola en medio de la oscuridad de la noche… porque el Sol ya no me quiere… porque… - y la Luna contó sus penas- La Voz de Agua escuchaba con atención las historias que la Luna le contaba  y entre sollozos y lágrimas… entre sueños y recuerdos iba, sin saberlo, tejiendo la historia de su vida.
- Yo te entiendo bien, Luna, porque también he conocido la soledad y el desamor, pero no llores más por el arrogante Sol, el no te merece como compañera en el cielo, es un necio que no se da cuenta de que en realidad es él el que te persigue por las bóvedas celestes, y que sin ti, su luz no tiene donde reflejarse. Si te hiere es porque tiene miedo de la verdad: que sin ti la Oscuridad sin Fin nos atraparía a todos, incluso a los hijos del día mientras duermen en la noche. Eres bella y dulce… Luna, no llores más por quién no ha sabido merecerte, su vanidad lo llena todo y su omnipotencia es tal que el mismo se hiere sin saberlo. No estés triste porque aun hay quién te ama. Y diciendo esto, la Voz de Agua se perdió entre los manantiales de las sombras. La Luna, conmovida por sus palabras, no supo qué contestarle y tan sólo contempló su pálida belleza reflejada en el espejo de plata que el agua había tejido con la seda de los sueños entre Villaviciosa y Villaharta.
En el corazón de estaño de la Luna una cálida sensación empezaba a brotar. y comenzaba a llenar todo su ser; deseó fuertemente encontrarse una vez más con aquella voz cálida y sanadora para sentir el alegre tintineo de sus palabras.
La Luna no podía pisar el suelo de los mortales, no podía bajar a la tierra, lo tenía prohibido por los antiguos dioses, así que, en secreto, tomó forma humana: su figura era esbelta, de blanca piel, sus cabellos plateados brillaban y sus ojos eran de un gris azulado, profundos, sabios e intemporales. Bajó a la tierra y dejó el cielo vacío, aún sabiendo que la Oscuridad sin Fin lo llenaría todo hasta que, al amanecer, el rey Sol despertara en el lejano horizonte.
Mañanas y tardes, días y noches, vagó la Luna buscando a la Voz de Agua; durante el día se sentía desfallecer bajo los rayos del Sol y se escondía temerosa de los Hombres del Día, que eran fieros y de miradas salvajes y que tomaban aquello que deseaban. Era el séptimo día de su búsqueda y temía no encontrar a la Voz de Agua, pero sus pasos la llevaron a un bosque profundo y fresco, donde ni siquiera el arrogante Sol conseguía disipar todas las sombras; allí se sintió cómoda y recuperó los ánimos, entre la hojarasca y las raíces tiernas de chopos y sauces, cubierta con el manto frío, se quedó dormida.
Mientras, el Sol, ya sabía que la Luna había desistido de su deambular por el cielo, fueron los Hijos del Día quienes le informaron que en las últimas noches la oscuridad sin fin era la princesa del reino celestial porque la luna había desaparecido, el rey Sol, muy enfadado, comenzó a lanzar rayos a diestras y siniestras, lanzó centellas y meteoros, tantos, tantos que hasta los dioses sintieron miedo y corrieron a esconderse a los oscuros túneles de las minas de Espiel. El Sol ordenó que fuese buscada por todos los rincones de la tierra y del cielo, y que, cuando la encontraran, la ataran con una cuerda de nubes y de tormentas. 
La Luna, al despertar, adivinó que la furia del sol estaba cerca, escuchó los latigazos y chasquidos de su ira, y sintió miedo, miraba a un lado y a otro…fue entonces cuando a su espalda escuchó:
- No está bien espiar…
La Luna, sobresaltada, se volvió y contuvo el aliento al encontrarse frente a frente con la Voz de Agua.
- Yo no estaba espiando -dijo la Luna- te estaba buscando a ti.
- ¿A mí?
- Sí, para darte las gracias por tus palabras, fuiste amable y conmoviste mi espíritu dándome tranquilidad y sosiego.
- No hay qué agradecer… tan sólo decía la verdad… incluso en forma humana sigues siendo tan bella como cuando, en lo alto del cielo, luces tu luz de plata y tu halo de armiño.
La Luna sonrió perdiéndose, por unos segundos, en aquella mirada verde que parecía beberse su ser.
La Voz de Agua le contó que el orgulloso Sol había decretado su búsqueda y que pretendía encontrarla para encerrarla en el foso de las sombras, que deseaba robarle su alma y así desposeerla de su luz. La Luna se asustó, conocía que el astro Sol era un déspota que no cesaría hasta conseguir sus empeños. La Voz de Agua, adivinando su pensamiento, le susurro que no debía temer, que ella conocía la forma para que no se sintiera sola y desprotegida en el oscuro cielo de la noche. Fue entonces cuando de la cara oculta de la Luna brotaron lágrimas de estaño y azogue… y la Voz de Agua comenzó a brotar de la tierra, a convertirse en fuentes y manantiales. Fue así como nacieron las fuentes de San Rafael, La Lastra, Los Angelitos y la del Cura ,o, La Lastrilla, El Cordel, Malos Pasos, La Boca del Infierno, La Salud… todas emergieron para que la Luna bebiera de sus aguas sanadoras y pudiera recobrar la alegría que el tirano Sol quería arrebatarle.
- Ya es hora de volver, dijo la Luna, debo cumplir con mi deber de ahuyentar la Oscuridad sin Fin.
- Sí, es tu deber, para eso fuiste creada por la sabia madre naturaleza, -dijo la Voz de Agua- pero antes te haré un regalo… así nunca estarás sola y el altanero Sol se nublará de envidia, los Hombres del Día no estarán solos y podrán forjar una nueva estirpe, una raza nueva, con buenos y nobles sentimientos.
Sí, la raza de hombres y mujeres soñadores -replicó la luna-.
La Voz de Agua susurró a la luna lo que debía hacer: lanzarse al interior del mayor de los manantiales, dejarse mojar rodando en el agua hasta sentir como todos sus cráteres se llenan como ánforas de barro recién cocido, luego, debía subir hasta lo más alto del oscuro cielo de la noche, gritar en silencio, cantar bajito cien nanas, bailar balanceándose desde el horizonte de la tarde hasta el de la mañana y así esparcir el agua de los cráteres por el inmenso cielo, como si el agua fuese gotitas convertidas en semillas…esperar, lo que se tarda en contar un cuento, para comprobar como en la oscuridad germinan las semillas de agua y como de ellas brotan pizquitas de luz…como si el cielo oscuro se sembrara de luciérnagas danzarinas, de espejitos de esmeraldas y de reflejos de zafiros.
Así nacieron las Estrellas, la Luna nunca volvió a estar sola y el Sol quedó eclipsado por la belleza de la noche, los antiguos dioses al contemplar tanta hermosura quedaron mudos y no pudieron reprender la conducta de la luna.
La Voz de Agua quedó en la tierra, brotando en fuentes y manantiales, y de noche, cuando la Luna resplandece rodeada de Estrellas, Luna y Agua inventan cuentos fantásticos, leyendas, fábulas e historias que hacen dormir a los niños y soñar a los que ya no lo son. Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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