DE AZUL COBALTO -relato-








Me traigo y me llevo, me dejo aconsejar por el murmullo silencioso de la música y voy escribiendo un título, luego otro, una tachadura más. Comienzo de nuevo, el folio blanco pierde reiteradamente su reparada virginidad. Nombre y titulo: ”el mar del Guadiato”, “Valle azul”, “… del Valle”, “… del Valle del Guadiato”…
Me distraigo. Miro por la ventana, me asaltan rimas asonantes que me obligan a recomenzar; pongo la esperanza en que sean los sonidos de las palabras los que sirvan de carné de identidad a mi escrito…es martillo de agua que golpea en el yunque… dejo de imaginar y pierdo el ritmo de sus golpes.
Mis ojos no saben coser el cielo con el mar. Mis dedos no saben distinguir colores. Mi garganta confunde la sal del agua con lo agrio del aliento. En mis oídos retumba el negro de la mina y del inmenso océano y el olor de tierra mojada, de pólvora recién quemada, de jazmines y jaras… es igual al del agua salada, al de caracolas voladoras en cuentos de sirenas azules, al de la espuma que llega sin llegar a la playa, al de la nube que en su letargo blanco se hace gris y vuela sin alas. Me digo y repite mi eco: es un relato, es un relato… No un poema. Invento prohibiciones y las voy colgando en mi pensamiento, dibujo nuevas señales que prohíban el paso a las rimas y construyo muros altos para que la poesía no me asalte.
Busco un nombre, un título que pueda decir que tu cielo es el mar, que tus pueblos son mis puertos, que mi playa es tu valle… un nombre, una frase capaz de significar que cielo y mar son lo mismo, que puerto y pueblo son semejantes, que playa, ola, espuma, concha, piedra, encina, alga, brisa, viento…son parte de mi cotidiano paisaje.
Desisto de ser verdugo y a la vez rehén, detengo el pulso de la imaginación y desarmo al silencio de sus inaudibles sonidos.
De repente, es como si la estrategia se volviese contra mi,
me descubro empujándome a mares donde el viento no me hace naufragar…al final, encuentro una excusa para reinventar la emoción que frena el inicio de este relato: “el título lo pondré al final… “.






Hoy el tiempo y el espacio han sido misericordes y me han vuelto a regalar cobaltos en forma de cielo; me han dejado resquicios de muros encalados y velas blancas para poner límites al infinito de paisaje que me atrae como el peligro.
La luz se ha aliado con la parte más visual de mi ser para que pueda contemplar tanto azul desprendido y ha dejado que sea feliz viendo regatas de cigüeñas blancas a lo lejos del azul: puntos blancos compitiendo con un viento que no toco y me hace guiñar los ojos y nadar mentalmente en ese mar imaginario que se extiende de punta a punta… sin norte, sin sur. Por un momento me he confundido, y sin darme cuenta, me ha salido una carcajada como una pirueta de delfín al pensar que las cigüeñas traen en sus picos, fuertes y largos, el alma de los niños que están por nacer.
Mar no me traiciones.
Cielo no me descubras.
Guadiato escóndeme.
Mar, Cielo, Guadiato…Valle no adoptes ese gris-azul melancólico porque entonces ya no tendré más remedio que aliarme con las nubes o con las olas y regar la más humilde de las postales de mi imaginario paisaje. No dejes que nadie se dé cuenta de que te miro y me envuelvo en tu idea porque me perdería buscando peces avísales para sentir que no todo es belleza; anda… refleja un rayito de sol y no te enfurezcas a pesar de que me presientas vibrando en un azul de lujuria, protestando contra los que rompen tu paisaje sembrando ocres canteras y cenicientas minas abiertas a tu inmenso cobalto. Me ciegas con un brillo que emborracha mis ojos, mar de verano, valle presente, mar perverso, que te ríes de mí acogiendo todos los deseos inconfesados, eso que de ser hablados en cualquier plaza ponen espina y amargor a la vida… no bañes a nadie que me produces celos. Regálame las sardinas y boquerones que jugaron contigo en el frío transparente de tus bancos de arena, chillidos de jilgueros que no se atreven a saltar del nido, no me hagas perder pie con tus olores, que si me ahogo ya no salgo de la pena.
Rizo, rizo, rizo, rizo en ola voraz y…¡zas!... nube que cambia de forma sin perder su blanco iluminado, encima, sobre la torre del Castillo de Belméz… Torre custodiada por alfiles silenciosos, por una reina dormida y un rey ciego de tanta luz…
En el invierno me abofeteas con tu salitre de carbón pero no me despiertas del letargo. Sólo me hipnotizas aún más rugiendo, como loba parturienta refugiada en la oscuridad verde de los montes de Villaviciosa…El invierno es cruel en tu latitud y hace que las parras y cepas retuerzan sus troncos, que el pino florezca en sus raíces y deje asomar setas de cien colores.
Rizo, rizo, rizo y revolcón y empujón a tu vacío, ese que deja tus calles solitarias de jóvenes y niños; sí, ese que se esconde en la boina arrugada del abuelo sentando tras siete fichas con puntitos… nube, nube… relámpago.. el trueno y su eco viene después…!pon cuatro vinos más!. Y San Benito no está solo, Obejo lo acompaña y le baila… rozan las espadas, con ellas se corta el aire…y continúa la partida.
Déjame ser huracán sobre ti y difuminar tus verdes aguados, tus azules y añiles, los grises de cien tonalidades, los blancos y sepias. ¿Quién me contó que eras azul como las estatuas de Aurelio Teno? …y yo, con las acuarelas de pintar mares… sueño con Caballanos pariendo peces y toreros… Dibujo Espiel como una estrella en medio de ningún firmamento…me dejaste en ridículo con mis matices cuando vi el inmenso concierto de pátinas que organizáis con vuestros lápices y pinceles, con los cristales de colores que sueñan con el ave fénix y se transforman en águilas y quijotes… del lienzo salen toros y toreros…
¿Vale, por qué no me advertiste que tus colores son una orquesta de infinitos sonidos y en cada oído tintinean de forma diferente?...la magia del arte.
Ahora eres mar y te levantas en una amenaza de ola que va a recuperar su tierra y la dejas ahuecada con el estallido de la pólvora… ese polvo negro que cuando estalla para arañar tu carbón trepana mis tímpanos con colores de guerra… explosiones que siembran paz en Villanueva del Rey; su paisaje alto, inmenso, verde y azul como la cuna de las olas me aproximan a tu ojos de agua.
Se me ha caído una lágrima azul.
¿Seré tonto?
Se me acaba de caer otra.
No logro contenerlas. Me tiñen un surco de azul en la mejilla.
Sentado en la arena, junto a tu imagen contemplándome, me he mimetizado contigo. Nunca pensé que en algún momento fuera a convertirme en agua. Es una sensación extraña. Sobre todo porque mis fuentes están manando dentro de mi recuerdos muy cercanos. Sigo en esa rara situación, me siento seco a pesar de que soy de agua, mis lágrimas azules forman un charquito que se va diluyendo en tu ir y venir, en mi bajar y subir por las calles alfombradas de aserrín que van dibujando grecas y flores el día del Corpus Villaharta.

Me sonríes con olas dulces, que son de río y no de mar.Se detienen los pies y las manos se paralizan quedándome suspendido en medio de esa luz tamizada de agua. Me dejo ondular suavemente por un día de calma chicha. Dentro del agua todo tiene otra dimensión y me quedo contemplando el misterio de las burbujas que salen de mi nariz. Sólo muevo ligeramente los pies para no salir aún a la superficie. Fundo el color de mis ojos con el de la arena, con el de las orillas de barro seco, y el movimiento de mi pensamiento con las algas. Suelto todo el aire y mi peso me deja tumbarme en el fondo, sobre tu carne de río que me abraza, que me duerme y me hace soñar contigo, valle, y desde allí, desde mis sueños, imagino cielos que traen y llevan barcos blancos.

Voy al puerto.
Me voy a las rocas, asciendo y alcanzo la cima del peñón, me dejo crucificar en silencio, respiro y el azul del valle gira en mi interior hasta dejarme en silencio.
Me dejo rellenar todos los poros y pliegues por la brisa marina que sale de los chimeneones, lanzas de ladrillo, que escupen borbotones de olas y de humo, de nubes blancas que nacieron en la oscuridad de la mina; chimeneas que antaño fueron fraguas donde el hierro rojo se fundió con el grito del minero, así nació Peñarroya, y luego cuando el grito buscó su eco, y el carbón rebosó hecho ascuas y miedo, Pueblonuevo. Son, o mejor es, Peñarroya-pueblonuevo el puerto de este valle, donde el agua se hace espejo.
Mis oídos bailan a la vez que las olas. Y ese sonido repetitivo es un alivio, asienta mis remolinos, cicatriza mis heridas como un bálsamo y me hipnotiza tanto como cuando se mira el fuego.
Todo está en calma y te echo de menos.


Cada jaula tiene su llave, cada cárcel su carcelero, cada imagen su reflejo y tu eres transparente, dejas que me refleje en tu superficie, sentado en la proa, con los pies descalzos colgando casi rozando tu cara y la cabeza y los brazos apoyados ociosos en la barandilla de cualquier balcón, o mejor, de cualquier ventana.
Presiento debajo de mis pies y mis manos el ballet acuático más bonito que he visto: Medusas de todos los tamaños se deslizan silenciosas y peligrosas. Medusas enormes, como una mesa camilla, con sombrilla transparente y tentáculos larguísimos de color burdeos apagado, son como las ramas de los sauces de las orillas de tu río; medusas chiquitinas, tiernas, del tamaño de un reloj de pulsera, que bailan con lentitud, quizás esperando deshacerse como los cardos de tus caminos.
Todo está como suspendido en una continuidad de aire y de agua. Y yo me siento medusa por un rato y ondulo los dedos sin darme cuenta, como si dirigiera una orquesta. Me sorprendo con una sonrisa en los labios, una mueca feliz como la que brota en la cara de un niño que sube y que baja los escalones de la plaza de Fuenteobejuna sin saber de inquisidores ni de pueblo oprimido, sin conocer los caminos por donde anduvieron hidalgos caballeros rondando a las hijas de los pastores, jóvenes niñas alimentadas con miel y flor de almendros.

Mar, valle.
Guadiato de historias, valle sin secretos.
De repente, el sol se pone, delante de mí una extraña superficie blanca, tierna, leve… ligeramente ondulada. En vez de mar, pareces valle. YO, sueño: Ayer intenté morirme dentro de ti, aprovechando que estabas helado y gris, y tú, con cortesía, me rechazaste con furia. Y no supe a qué se debía la ira de tus olas, la razón por la que no aceptabas mi sacrificio, me dejaste con la duda de si no deseabas dejarme desaparecer o si no deseabas dejarme permanecer en tu intimidad de gigante.
Me quedé dolido tirado en una de tus playas, devuelto por remolinos que me golpearon con rudeza una y otra ves y taparon mi garganta y mis pulmones con agua malvadamente salada; hoy, otra vez tengo que soportar la gloria de los rayos de sol y vuelves a mecer mi cuna con ese verde esmeralda maternal, y me dejas hacer castillos en la arena.
Verdeazul, suenas a cansancio en un mediodía de siesta y sueño, me adivinas las ideas desde tu desierto de mar, desde los campos que respiran en barbechos, me adivinaste las ideas desde tu desierto de mar y parecías un tuareg con la muselina color índigo ocultando el rostro en un fondo de olas de tela negra. Con ese silencio de desierto de agua, oíste mis pensamientos.
Índigo y negro. No me diste respuestas, para que las encontrara yo solo. Negro profundo de noche de invierno, índigo de Febrero, cuando por La Granjuela y los Blázquez el trigo despunta verde, verde, verde de jara, verde como el romero… mira las gaviotas, no, no son gaviotas son garcillas que tras las yuntas sacan de la tierra su alimento… mira las gaviotas, no, no son gaviotas… son las blanquinegras cigüeñas que vuelven a la torre de Valsequillo. Me bañas con frío azul de verano
Realmente, mar, eres malintencionado. Mar de regatas, mar de galernas.
Siempre anduve por aquí, siempre estoy aquí, me dijiste con esa lengua de espumas con la que me susurras al oído, como un viejo amante. Y en un juego sensual, envías tu brisa para rozarme la cara, para recordarme que no debo olvidarte, que estás conmigo a todas horas, que te puedo ver desde mi ventana, que abro la puerta de mi casa y te encuentro, tan cerca, tan lejano, tan variable, siempre tú, mar o valle, que siempre estoy dentro de tí, que siempre me rodeas, que sólo es mi propia tinta la que forma nubes que me impiden disfrutarte, esas que suelto para huir de mi propio miedo y se hacen relato o poema, o simplemente silencio.
Te vengo a buscar para que me cures. Quiero que tu sal y tus olas, tu sol y tu viento, sequen esta herida que me quedó mientras pensaba, escribía, tachaba, volvía a pensar, a escribir y a tachar tu título; arañazo profundo que no cicatriza, que me hizo adicto a la melancolía y la nostalgia, esa que me deja sólo vivir como un eco lejano de la mudez del valle. Vengo a que me empapes con tu agua agria, con tus dulces sarmientos, vengo a que me dejes balancearme, bucear, y poco a poco ir recuperando los tesoros de mi naufragio. Quiero rescatar el reflejo verde de tu brillo, La música de tus veranos, las romerías y procesiones de libélulas y hormigas, tu historia, esa que por ninguna parte encuentro… Las riberas de tus arroyos y de tu río en otoño cuando empalidecen de oro; las mañanas de niebla y frío, las tardes de brasero y olor a alhucema, el sonido de cascabeles y campanillas del rebaño en la sierra, de la cacería el ladrido de los perros nerviosos que olfatean entre el romero; quiero saber que significa Guadiato, quiero, quiero, quiero… mañana asomar la cara a la luz, a ese sol tímido, saliendo desde dentro de ti…. quiero, quiero volver a confundir párrafo y verso, a ver el mar y pensar en el valle, a mirar al valle y ver el mar, lo dos con alma de azul cobalto….!ya!, ¿lo ves?, ya encontré tu título.

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